El crimen
para variar un poco...
funkangular
Desciendo en el ascensor hasta el subsuelo, luego camino hasta la puerta de salida subiendo unas escaleras. Abro la puerta y siento el frío de la calle, el mismo que recorre mi espalda, me detengo un momento, no pienso ya solo camino y me pierdo en la oscuridad de la noche.
Mientras miro por sobre el hombro del hombre sentado en la mesa de enfrente, otro hombre sentado detrás del primero me observa con grandes y desorbitados ojos. Todos dimos varias vueltas antes de decidirnos, cada cual ha escogido lo que ha podido. Hay hambre en el ambiente y la comida en mi bandeja se está terminando. Disfruto del último mordisco de mi empanada deseando comer al menos una más. El lugar está lleno de botellas que nunca caen, hacen equilibrio en las vigas de metal que sostienen el techo. Están vacías y sucias de polvo, allí las manos que limpian nunca llegan. La música trae recuerdos a mi mente y la cerveza se encarga de desdibujarlos, corazón y mente serenos.
Tanto alcohol ha desencajado mi mente y me deslizo entre las mesas del bar hacia la salida, la gente mira sin mirarme, pareciera que no me ven, tanto alcohol me ha vuelto invisible e insensible, ya no siento, ya no puedo sentirme como antes del crimen. Todo acto tiene sus consecuencias. Necesito irme lejos donde los perros no puedan encontrarme. No hay razones cuando la razón se ha perdido.
Ingreso a un bar, adentro Florencia me saluda entre un grupo de amigos de ella, festeja su cumpleaños, me acerco y la abrazo entre mis risas de borracho y mi crimen irrevocable. Hablamos al oído contándonos secretos a viva voz, la música es agradable y adecuada para hablar a los gritos rodeado de gente que grita tratando de comunicarse pese al potente sonido de las cajas. Miro a mi alrededor la atmósfera está rojiza, solo veo caras gesticulando, Florencia se apoya en mi hombro y me dice algo en voz baja, yo no la escucho solo observo la soledad del lugar. Veo donde no hay lo que hay y sin embargo no es. Las horas transcurren sin saber de ellas. No sé en qué momento despertaré a la realidad afrontando lo que no quiero.
Las primeras claridades del día iluminan mi caminar, abrigado y sediento intento no pensar ni recordar nada. No sé cómo se hace para volver, supongo que podré vivir con ello. Aunque solo sea eso.
Al llegar a la puerta del edificio dudo en ingresar, pero me decido y abro la puerta. El ascensor está detenido en el séptimo piso y el frío recorre mi espalda. Pulso el botón pero no responde. Subo por las escaleras. Cada paso resuena fríamente en la oscuridad pero avanzo sin miedo. Al llegar al séptimo observo la puerta B, camino hasta mi puerta e intento abrir, la llave se atasca, la puerta no se abre. Sospecho levemente la traición pero la mente es tan oscura y perversa. Cómo sobrevivir con un crimen en la conciencia? Estará el cadáver tendido en el suelo? Cuando se mata a los padres se llama parricidio, cuando se asesina a un hermano, fraticidio, cuando se mata a un vecino... cómo se llama? Habrá comenzado a descomponerse el cadáver. A esta altura solo recuerdo la discusión, el forcejeo con el arma y el disparo, luego el fuerte ruido y el golpe me desconcertaron. Lo demás son vómitos de recuerdo en mi mente, todo oscuro y enmarañado. Miro las llaves que tengo en mis manos y camino hacia la puerta, la B se hace inmensa e inalcanzable, alguna razón me impulsa hacia el lado contrario como inercia ante lo inevitable, del otro lado la verdad. Junto coraje y meto la llave en la cerradura. Abro la puerta y descubro la verdad, la más terrible de las verdades: el cuerpo yace sobre la alfombra, la sangre coagulada, el frío de la muerte...Ahora todo es tan claro... Es mi cuerpo convertido en cadáver, inevitablemente ante una realidad aparte.
2 Comments:
zumba umbanda
guachin amo tus finales como si cuando nos mostrás las verdad nos das un mazazo en la sabiola
Publicar un comentario
<< Home