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viernes, julio 08, 2005

Orugas sangrientas

Tan solo para exorcizar el temor que sentía en ese momento en que mi hogar ardía entre las llamas destruido por un misil sin rumbo, anclado en mi memoria, decidí subirme a ese camión desvencijado. De niño siempre me pregunté como sería la lucha y pronto aprendí que el instinto de supervivencia es una fuerza extraña proveniente de nuestras entrañas, cuando disparé al soldado que había violado y matado a mi madre. El odio que me invadió con mis escasos once años me marcaron y se confundieron con sensaciones extrañas que en ese entonces no podía entender.
La destruida ciudad de mi infancia ardía en mis pesadillas por las noches no pudiendo salvar a ningún ser querido, despertaba entonces empapado en sudor con un ardor en el cuerpo que parecía consumirme. La muerte había llegado hasta mí en situaciones extrañas para un niño, pero hacía tiempo que había acabado mi corta infancia. Armas y formas de matar inundaron mis días y mis noches, transformándome en un guerrero despiadado con el enemigo aunque nunca quise ser lo que soy. Los restos de una antigua ruta quedaban atrás con cada vuelta de las ruedas del camión, en pocas horas llegaríamos a un refugio. Debíamos llegar antes del anochecer para preparar un ataque a una oruga que avanzaba lenta y salvajemente a ciento cincuenta kilómetros al norte de nuestra posición. Marcos sostenía fuertemente el volante, Pedro y Jorge dormían atrás; Daniela comía un durazno medio podrido antes de arrebatarme el mapa que yo sostenía en mis manos.
- Dejá esa porquería, no te quemes más la cabeza Eduardo.
- Tenemos que juntar mucha gente para la emboscada.
Cuánta gente quedaba en las inmediaciones del refugio? Cuántos aceptarían luchar junto a nosotros? Las orugas venían desde el norte arrasando ciudades devastadas y pueblos diezmados por las plagas y enfermedades. La vida era tan solo un preámbulo de la muerte, cualquiera aceptaba empuñar un arma al menos para vivir unos instantes más antes de caer fulminado por las balas.
Al llegar al refugio nos organizamos con unas veinte personas de los alrededores, más los encargados permanentes del galpón, dirigidos por mi hermano Jesús, el Sanguinario. A la medianoche la gente fue arrimándose alentada por las botellas de ginebra que suministramos a la improvisada tropa para embriagar el espíritu y alejar el frío y el miedo. Antes del amanecer partimos al bajo de Meluncué a apostarnos para la emboscada. La oruga avanzaba pesadamente, las tropas enemigas venían cansadas de los últimos saqueos, esa era nuestra única posibilidad para frenarlos. En mi muñeca derecha una oruga carcomía mi carne, me la quité con un cuchillo y le eché un escupitajo de ginebra, luego la cubrí con una venda.
- Cómo va tu brazo? –Preguntó Daniela.
- Mejorando.
- Dejame que te cure?
Una bala había atravesado mi brazo y se me había infectado, luego mi carne comenzó a pudrirse y las orugas comenzaron a crecer. Daniela preparó un ungüento con hojas maceradas y lo aplicó sobre mi brazo putrefacto.
- Algún día escaparemos de esta pesadilla. – agregó besándome tiernamente, su mirada era profunda.
Con toda la tropa en posición el primer jeep de vanguardia ingresó al Bajo de Melincué y al cabo de unos minutos los camiones, anfibios, jeeps y tanques que componían el resto de la oruga. El viento azotaba fríamente el desierto, desde una meseta cercana acechábamos a nuestros enemigos. Cargamos nuestras armas y confirmamos las posiciones de nuestros morteros y artillería pesada, todo estaba siniestramente calmado. Los trofeos que exhibían nuestros enemigos colgados en los tanques y camiones: cráneos, huesos, banderas, estandartes y amuletos robados a sus víctimas en los sistemáticos saqueos alimentaron nuestro odio y ferocidad hacia ellos. El viento pareció silenciarse en el instante en que uno de los soldados enemigos se asomó por la escotilla de un tanque mirando con su polvoriento binocular, el frío caló los huesos de la tropa, un cohete lo despedazó antes de que pudiera dar aviso a su gente. Rápidamente la tropa se desplegó en un feroz ataque. Los emboscados se amotinaron en sus vehículos pero no podrían resistir demasiado tiempo y nuestra tropa carecía de reservas para un ataque prolongado. El sangriento combate duró más de lo esperado y las reservas se acabaron, a fuerza de puño logramos doblegar a una gran parte de la oruga, pronto las cabezas caerían, desde el centro del motín se alzó una bandera blanca, entonces gritamos victoriosos. Nos disponíamos a reducir a los vencidos cuando un avión rugió en el cielo abalanzándose sobre nosotros, dejando caer sus pesadas bombas atómicas, entonces solo pude nublar mi mente, olvidarme de Daniela y mi gente y correr a degollar a mis enemigos y descargar por última vez todo mi odio ante un hongo que se alzaba al cielo y del cuál ya formaba parte.

mas de EL LIBRO NEGRO...

1 Comments:

At 3:27 a. m., Anonymous Victor said...

Grosso laionnnnnnnnnnnnnnnnnnnnnnnn del pantano!!!!!!!!!!!!!!!!! se te extraña locoooooooooooooooo

 

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