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viernes, julio 08, 2005

Tras las persianas

El silencio era inquietante, la calle estaba vacía, parecía que no había nadie en aquella parte de la ciudad. Un hombre camina con la certeza de que su destino está sellado, pero pese a saber el final, respira hondo y sale a la calle en busca de su última aventura.
La calle vacía como un cuadro desolador de algún pintor que olvidó dibujar un poco de movimiento, el hombre camina. La tarde se ha dormido sobre aquella parte de la ciudad, sino bien sobre la ciudad toda, va llegando a su destino que dista tan solo a una cuadra de donde salió. Cruza la calle, mira a ambos lados. Nada. Se detiene frente a una puerta de un almacén de barrio, observa si está abierto, prueba el picaporte que dócilmente cede y la puerta se abre. Entra, no hay nadie, al cabo de unos minutos aparece un viejo rengueando, lo mira con desconfianza (sabe quién es, qué quiere y qué le sucederá) busca en la heladera, saca un paquete lo envuelve en papel de diario, lo mira fijo a los ojos. Ninguno de los dos habla, afuera el silencio es la carne de la tarde, el viejo le entrega el paquete mientras lo mira y le dice:
- No vale la pena, no se arriesgue, si sale de acá está perdido.
- Ya es demasiado tarde para echarme atrás.
- Nunca es tarde para torcer el destino, sólo un necio saldría afuera sabiendo lo que le espera.
- Un necio o un valiente...
- La valentía no sirve de nada cuando el destino está echado, sólo usted puede cambiar su destino en este momento.
- Mi destino está allá afuera, gracias y buenas tardes...
- Quisiera poder desearle lo mismo...
El hombre sale a la calle, camina unos metros, en la casa de la esquina alguien baja la persiana. Continúa su camino. Aparece una camioneta de la policía con cuatro sombras dentro, avanza despacio. Alguien, ¿pero quién? Ha planeado todo, hasta el último detalle. Nadie sabe bien por qué, pero tampoco se lo preguntan, todos son tan cobardes, hipócritas y míseros ciudadanos asustados que no ven ni verán nada; casualmente dormían su siesta luego de almorzar en sus lindas casas con sus lindas familias que mantienen con sus lindos empleos en oficinas del estado. Todo tan coquetamente sucio. (Tan podrido tras aquellas fachadas bonitas y limpias, además de legales...) El hombre camina, no tiene miedo, en realidad no lo demuestra porque sabe que de esa forma pierde la última chance de salir con vida de aquella tarde pegajosa. Sonríe una de las sombras de la patrulla. La bala que privará del resto de su vida al hombre que camina, ya está lista para ser disparada. El hombre sigue caminando sin detener la marcha, sostiene el paquete en la mano, sabe que en cualquier momento sucederá... Piensa en su último orgasmo... Así como su última eyaculación, la bala sale disparada... Ha sido obediente... El cuerpo cae en el pavimento de la calle, lentamente se mancha de rojo. El hombre está con vida todavía, tiene los ojos abiertos, ve las nubes del cielo pasar dibujando formas extrañas y una sonrisa que pronto es borrada por la bala que lo remata en el suelo.
Camina el oficial hacia la camioneta donde lo esperan tres oficiales más de los cuales nadie se acordará, ni siquiera del rango... Amnesia temporal anidada en sus recuerdos. El hombre ya no está... La camioneta se va. Tal vez más tarde recojan el cadáver... La tarde sigue en silencio, la camioneta ya se aleja lentamente, ojos anónimos observan tras las persianas, nadie hará nada. Queda allí, dormido eternamente, el cuerpo del hombre, en la calle... Mientras ojos anónimos empiezan a olvidar lo sucedido aquella tarde...

otro texto de Tras los suelos de Unamora

1 Comments:

At 3:24 a. m., Anonymous Fabiana said...

Nooooooooooooooo! yo leí tu libro sin saber que eras vos!!!!!!!!!!

mirá cómo me vengo a enterar que sos vos!

 

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