1998
A los 18 años no teníamos mucho por hacer, tal vez porque el horizonte se cubría de negros nubarrones en el frío invierno austral. Como tantas otras noches recorríamos la comarca en el fitito buscando alguna que otra aventura, fumando algún que otro porro, bebiendo alguna que otra cerveza, saqueando algún que otro telefono atiborrado de monedas.
Mientras contábamos monedas de nuestra última víctima el viento frío nos chicoteaba la cara en ráfagas que parecían girar en nuetro rededor. Nos subimos nuevamente al fitito y nos dirigimos al siguiente teléfono. En mitad del camino un cortocicuito inició un fuego dentro del auto y salimos corriendo mientras Quique apagaba las llamas con una franela.
-No pasa nada maricas eran los cablecitos de la radio.
El telefono parecía no querer ceder a nuestra insistencia. Mirando hacia el río a través del baldío observé las luces de la margen norte encendidas y fue en ese momento que tomé la decisión.
-Abran paso yo me encargo de sacarle todas las monedas- dijo Quique mientras se subia al fitito.
Se alejó marcha atrás abirendose paso por el baldío y cuando estuvo lo suficientemente lejos aceleró en dirección al teléfono ante la mirada atónita del Locura y mi hermana...
El golpe fue certero, apenas tuvimos tiempo de juntar las monedas y subirnos al fitito antes que llegara la policía.
Mientras cruzábamos el puente entre la algarabia de nuestra pequeña gran aventura, observé las luces de la ciudad por la ventanilla trasera, como destruyendose al alejarnos rumbo al hastío de la noche, una más de 1998.
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