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sábado, febrero 25, 2006

Amorfo






















No sé qué pensaba antes de tomar esa pequeña botella, tal vez era la recomendación de Claudio: “no tomes más de tres cucharadas, primero te da sueño, luego sobrevienen los vómitos, después tu cabeza parece estallar, y vas a estar constipado un par de días” ... Era una tentación peligrosa, empiné la botella y bebí tres largos tragos que liberaron más de un cuarto de botella. Reí más de locura que de gracia, la gracia del suicida al saber que en el tambor no había bala mientras sostiene el revólver contra su sien. La Turca me miró sorprendida, ella prefirió las cucharas contadas.
- ¿Y ahora qué?
- Sólo nos queda esperar...
El silencio nos dominó un momento hasta que comenzamos a hablar de lo mismo, los dos juntos interrumpiéndonos, hasta que el silencio regresó para prolongarse en un infinito cosmos. Lentamente iba desapareciendo sólo sentía una fuerza increíble que surgía de esa conexión, eran mis ojos volando, suspendidos en el aire, ausente ya mi cuerpo que seguía ahí, pero ya invisible e insensible y reía porque era todo tan liviano y gracioso, hacía tanto tiempo que había dejado de ver a la Turca y estaba allí, sólo que no podía verla, entonces cerré mis párpados y sentí un escalofrío, había visto algo, pero qué era?, volví a cerrarlos y pude ver a mi tía que murió hace tiempo, llamándome desde su cama, casi esqueleto putrefacto y abrí los ojos y salí de la cama, pero sólo podía ver mi cuerpo destellando en el suelo. La Turca se acercó, ya podía verla con su piel brillante y húmeda combinando tan perfectamente con sus grandes ojos azules, profundos, no podía oírla, sólo un zumbido y un eco de lo que intentaba comunicarme. Volví a cerrar los ojos y vi una imagen de mi tía muerta, putrefacta con gusanos saliendo por sus ojos, los abrí allí de nuevo la Turca desnuda, radiante. El tiempo comenzó a exasperarme con su lento pasar, al cerrar los ojos eran muertos lo que veía, al abrirlos la Turca intentando comunicarme, algo que no podía entender.
Traté de coordinar mis movimientos, pero mis piernas no me sostenían, caí al suelo riendo, pero ocultando cierto miedo. La Turca intentó ayudarme y caímos los dos y nuevamente las risas y nuestros cuerpos insensibles. No podría precisar cuánto tiempo estuvimos así, lentamente el mundo fue recobrando sentido y oponiendo una leve resistencia a mi cuerpo, comprendí que iba recobrando mis sentidos, ya escuchaba mejor –todavía con un poco de eco y un delay esquizofrénico- podía ver y sentir como envuelto en varios forros que me aislaban del mundo. Me vestí lenta y graciosamente para marcharme de allí, pese a que la Turca insistía en no dejarme ir alegando que no podría llegar sano y salvo hasta mi casa. No le hice caso, tomé la bicicleta y comencé a caer por la escalera, pude levantarme con gran esfuerzo y ayuda pero sin cerrar los ojos. Cada vez que cerraba los ojos veía muertos, todos mis muertos queridos llamándome, putrefactos y comidos por gusanos articulando palabras que no podía entender. Trataba de mantener los ojos abiertos lo más que podía para no pasarme a ese mundo de muertos llamándome. Insistí con la bicicleta y previa caída en la esquina pude continuar en piloto automático. Trataba de pensar dónde estaba y hacia dónde me dirigía. Logré conectar tres puntos: Saavedra – Parque Chas – Retiro. Supuse que entre esos puntos estaba mi camino y veía como mis piernas pedaleaban de forma desarticulada y extraña y al cerrar los ojos pasaba nuevamente al mundo de muertos saliendo de sus ataúdes crujientes llamándome y al abrir los ojos me encontraba pedaleando entre los autos bocinantes por una avenida. En un momento hasta comencé a dudar de cuál de los dos mundos era más aterrador. Seguía pedaleando entre muertos y hasta podía oler la muerte.
En un eterno viaje por calles oscuras y desconocidas di con una esquina que me resultó familiar, estaba entrando a Parque Chas...
Pablo se acercaba, sentía miedo, los ruidos allí eran largos y escalofriantes, pero pensé que si eran mis muertos estaría bien entre ellos, Pablo desapareció y detrás de mi escuché una voz familiar. Era Maenolem que comía como de costumbre un turrón Baigol...
- ¿Cómo está usted señor? Sabe, sólo como consejo, sus muertos intentan decirle algo, escúchelos ahora si no quiere verlos después, le conviene, recuerde los Guardianes de la Lobería, no están para hacerle daño, sólo para proteger... Sus muertos son los guardianes de su ciudad, están allí para protegerlo. No tema, ellos son los Guardianes allí dentro suyo...
Abrí los ojos y me encontré en una calle desconocida, continué pedaleando con los ojos cerrados. Y allí estaban mis muertos intentando hablarme, severamente por cierto, era más una observación, un reto, más que una conversación amena. Sentí que tenía ganas de echarlos de allí, pero cómo, si abrir los ojos era encontrarme pedaleando sin sentido por una ciudad muy grande. Los escuché, hasta que lentamente se fueron marchando uno a uno y me dejaron solo y en ese instante comencé a tener miedo verdadero. Abrí los ojos y estaba pedaleando por Juncal, ya cerca de casa. Al doblar en Uruguay sentí una alegría enorme y entrar con la bicicleta se me complicó bastante. El quinto piso estaba oscuro y silencioso, acomodé la bicicleta donde pude y me tiré en la cama, en mi bolsillo encontré la botella con morfina, cerré los ojos y pasé a otro mundo, un mundo que parecía una película pero sin nadie que dijera: “acción...”

1 Comments:

At 5:14 p. m., Blogger lowvalium said...

como low valium

 

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